En Puerto Rico tenemos un refrán que dice: “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Es la ironía de quien presume dominio sobre un oficio, pero fracasa en aplicarlo en su propia casa. Eso mismo ocurre con la Revisión Integral del Plan de Ordenación Territorial (RIPOT) de Aguadilla: un plan que habla de sostenibilidad, resiliencia y bienestar social, pero que en la práctica se tropieza con contradicciones que lo dejan sin filo.
El primer filo perdido: la expansión del suelo urbano. Aguadilla ha perdido casi un 10% de su población en la última década, mientras sus barrios acumulan casas vacías. Y aun así, el RIPOT propone añadir más de 500 cuerdas al perímetro urbano. ¿Para quién? ¿Para las familias que se fueron o para los desarrolladores que esperan terrenos frescos para especular? Planificar debería ser anticipar con realismo, pero aquí parece más un acto de fe en la magia del cemento.
El segundo filo roto: la protección agrícola. En un país que importa más del 80% de sus alimentos, el plan reduce en 1,700 cuerdas las tierras bajo clasificación agrícola protegida. La paradoja es dolorosa: lo que más deberíamos cuidar —nuestro suelo fértil— se sacrifica para usos inciertos, mientras seguimos hablando de seguridad alimentaria como si se tratara de un eslogan y no de una política de supervivencia.
El tercer filo sin filo: la sostenibilidad. El RIPOT incluye la Ley 33-2019 de Cambio Climático, menciona resiliencia y hasta celebra la creación de la Reserva del Pelícano Pardo. Pero, ¿de qué sirve todo ese discurso si en la práctica proyectos como The Cliff avanzan destruyendo mogotes y cuevas sin que nadie detenga la maquinaria? Es como colgar un diploma en la pared mientras la casa se cae en pedazos.
Y, por último, la participación ciudadana: un proceso de vistas públicas anunciado a medias, documentos técnicos ininteligibles para la mayoría, y decisiones que en realidad se fraguan en esas famosas “preconsultas” donde los intereses privados afinan el plan a su conveniencia. Se consulta a la ciudadanía cuando ya no queda nada por decidir. Otra vez, cuchillo de palo.
El RIPOT de Aguadilla tenía la oportunidad de ser un plan con filo, capaz de cortar de raíz la especulación y trazar un futuro con justicia territorial. Pero hasta ahora parece más una exhibición de contradicciones: crecer con menos gente, reducir tierras agrícolas en medio de una crisis alimentaria, proclamar sostenibilidad mientras se permiten proyectos depredadores, y hablar de participación mientras se margina a las comunidades.
Planificar con cuchillo de palo es, en el fondo, perpetuar un modelo de país que confunde progreso con cemento y desarrollo con despojo. Aguadilla merece algo distinto: un plan que revitalice sus cascos urbanos antes de expandirlos, que proteja sus tierras fértiles, que blinde sus ecosistemas y que ponga a su gente en el centro. De lo contrario, seguiremos exhibiendo cuchillos sin filo, planes que parecen fuertes pero no cortan nada.