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energia solar, Soren H, Unsplash

El problema energético de Puerto Rico es bien conocido: un sistema inestable, costoso y dependiente de combustibles fósiles. La causa principal está en la selección de estos combustibles —petróleo, gas metano y carbón— que representan más del 50% de la factura eléctrica. Es decir, de cada dólar que usted paga, más de la mitad se destina a comprar combustible. No solo es caro: también es sucio, peligroso y nos mantiene a merced de los vaivenes del mercado internacional. La verdadera solución no es cambiar de petróleo a gas con promesas de ahorro que nunca llegan, sino sustituir los fósiles caros por el sol gratuito. Vamos por pasos.

La Junta de Control Fiscal detuvo recientemente un contrato por 15 años y $20,000 millones para gas natural con New Fortress Energy. Esto dejó al descubierto el alto costo de esa ruta, sin contar los gastos en nuevas plantas, la infraestructura de gasoductos y los riesgos de distribución. La propuesta del gobierno, en alianza con privatizadores, de gasificar la isla es simplemente el modelo más costoso posible. Y si lo pensamos bien: ¿qué hubiera cambiado tener gas en vez de petróleo tras el huracán María? Nada.

Ahora, la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) regresa como emisaria de una agenda retrógrada que busca penalizar a quienes han invertido en energía solar en sus hogares, talleres y pequeños comercios mediante acuerdos de medición neta. Esta política, adoptada en Europa y muchos estados de EE.UU. fue impulsada en Puerto Rico por muchos incluyendo a Casa Pueblo. En 2007, fuimos la primera interconexión solar al sistema eléctrico nacional. Desde entonces, la medición neta ha sido una herramienta clave para la transición energética del país.

Si hoy hemos avanzado en energía renovable es gracias a la inversión y al esfuerzo ciudadano, no al gobierno. Puerto Rico ya genera más de un gigavatio (GW) de energía solar, o sea, más energía que la que se produce con carbón o petróleo en este momento. Esto ha fortalecido la red, reducido apagones diurnos y beneficiado a instituciones públicas como las escuelas, que reciben un subsidio energético proveniente del 25% del excedente solar generado por usuarios con medición neta. Es una política que funciona.

LUMA, aunque no lo diga, se beneficia de esta energía solar. Revende el excedente generado por la gente como si fuera suyo, cobrando lo mismo que si hubiera sido producida con combustibles fósiles. Pero esa energía limpia y local debería costar al menos un 50% menos. Lejos de perder, la empresa capitaliza sobre la producción ajena en una relación desigual.

Si el gobierno impulsara una política agresiva de expansión solar —instalando sistemas en techos residenciales, edificios públicos, estacionamientos y más— el costo de la electricidad podría bajar significativamente durante el día, incluso para quienes no tienen sistemas solares. Bastaría con que LUMA reconociera que el excedente solar no debe incluir ajuste por combustible. Como ocurre en otros países, deberían establecerse tarifas diferenciadas por horario y fuente de energía.

¿Cómo funcionaría? Si la energía solar generada durante el día cubriera tanto el autoconsumo como parte de la demanda general a través de medición neta, el costo por kilovatio-hora podría reducirse a la mitad. Además, se podría incentivar el consumo diurno con tarifas reducidas, mientras se ajustan al alza en la noche, cuando entra en juego la costosa generación fósil. Esto también podría ayudar a reducir los apagones nocturnos, cada vez más frecuentes.

En un mercado energético justo y abierto, el consumidor debería poder acceder a energía solar generada por otras personas a un precio más bajo durante el día. En lugar de recibir energía cara y sucia de Genera PR, debería poder exigir energía limpia y económica proveniente del sol.

Si realmente queremos bajar la factura eléctrica, reducir emisiones y alcanzar la justicia energética, no podemos marginar la medición neta, al contrario, debemos ampliarla. Es una solución simple, que no requiere trámites complicados, no aumenta la deuda pública, genera empleos y debilita el monopolio fósil. A estas alturas, la gasificación es innecesaria. Lo que necesitamos es que más personas —todos los que tengan un techo disponible— abracen el sol y generen energía para sí y para los demás.