Ayer, una vez más, vivimos las tristes consecuencias de las inundaciones en nuestra isla. Las zonas tropicales, como la nuestra, se caracterizan por recibir abundante lluvia, y aun así no hemos aprendido a manejar de manera efectiva este recurso inherente a nuestra tropicalidad.
Cabe destacar que no todas las inundaciones responden a las mismas causas. Las inundaciones urbanas específicamente son desastres climáticos de origen antropogénico, lo que significa que son provocadas por las acciones humanas. Estas inundaciones suelen generarse bajo dos condiciones principales: primero, la impermeabilización de superficies, que impide la infiltración natural del agua en el suelo y segundo, la alteración de cuerpos de agua que aunque intentemos canalizarlos o contenerlos, el agua siempre encontrará su curso natural.
Ambas de inundación están directamente ligadas nuestro modelo de desarrollo: construyendo como si no lloviera, e irrespetando los ciclos naturales y del agua.
Este es un tema complejo porque aunque el agua puede causar daños —principalmente debido a la forma en que hemos urbanizado sin respetar su dinámica natural—, debemos reconocer que sin agua no hay vida. Si seguimos desarticulando las pocas zonas verdes urbanas que aún proveen servicios ecosistémicos esenciales, las inundaciones como las que hemos vivido recientemente no solo persistirán, sino que se intensificarán.
El Millennium Ecosystem Assessment fue un esfuerzo internacional realizado entre 2001 y 2005 que evaluó las consecuencias de los cambios en los ecosistemas para el bienestar humano y que contó con la participación de más de 1,360 expertos a nivel mundial. Como parte de estos trabajos, los servicios ecosistémicos fueron definidos como los beneficios que los ecosistemas proporcionan a los seres humanos. Para precisar la especificidad de estos beneficios, se clasificaron en cuatro categorías: provisión, regulación, culturales y de soporte.
Cuando hablamos de servicios de regulación, nos referimos a las funciones naturales que moderan fenómenos climáticos extremos, como en este caso las inundaciones, donde los ecosistemas actúan como esponjas naturales, absorbiendo el exceso de agua, reduciendo su intensidad y frecuencia, y protegiendo tanto a las comunidades humanas como a la biodiversidad. Por otro lado, al referirnos a los servicios de provisión son aquellos recursos que obtenemos directamente de la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades básicas—, también hablamos del agua, un recurso esencial para todas las dimensiones de nuestra vida.
Teniendo este conocimiento, resulta contradictorio que sigamos construyendo de manera descontrolada. Fomentamos patrones de expansión urbana dispersa (urban sprawl) que impermeabilizan áreas esenciales de provisión y regulación de servicios ecosistémicos bajo el argumento de atender la escasez de vivienda. Mientras tanto, nuestros cascos urbanos y sus áreas circundantes permanecen vacíos y cada vez más expuestos a la especulación. Como consecuencia de este modelo de desarrollo, Puerto Rico ostenta el récord de ser uno de los territorios con mayor densidad de carreteras por milla cuadrada en el mundo. Este dato refleja con claridad un modelo de crecimiento territorial profundamente insostenible.
El gran reto que enfrentamos no es “combatir” ni “controlar” el agua, sino transformar radicalmente nuestra relación con ella. Necesitamos replantear y restaurar nuestro territoriorespetando los flujos naturales, ampliando la capacidad de absorción del suelo y reconstruyendo los servicios ecosistémicos que sostienen nuestra vida. No hacerlo comprometería directamente nuestra seguridad, nuestro bienestar y nuestra capacidad de adaptarnos a un clima cada vez más extremo y desafiante.