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EstaCalleQuiereSerDunas

(San Juan) – El rumor del oleaje se intensifica según camino hacia la playa ubicada al final de la calle Taft. Un descomunal tronco ha quedado a la deriva sobre la arena, tan saturada como un puré. Hay que caminar con cuidado. La arena desaparece bajo los pies y súbito llega un marullo para arrasar con todo.

Playa de El Condado, San Juan. Marcos Pérez Ramírez.

Mi recorrido por las playas santurcinas, durante la marejada del 9 de diciembre, continúa con un baño de sal. Me sorprende una ola. Me entripa mientras documento el oleaje. El mar lo deja claro. Estos son sus dominios. Ahora. Mañana. Siempre.

Playa de El Condado, San Juan. Marcos Pérez Ramírez.

Ya en la ciénaga del Machuchal, también conocida como urbanización Ocean Park, me arrimo a la calle Santa Cecilia. La marejada se apoderó de la playa. La erosión es evidente. También la acreción. La playa está en movimiento. Se adentra y se retira. La duna playera en la colindancia de la calle Santa Ana sigue ahí. Contra todo.

Son pocos los curiosos que se atreven a pasear por la arena. Si pasean sus perros, los protegen con el cuerpo. Algunos los llevan al hombro. No es para menos. El oleaje es un rastrillo inclemente. Arrasa. Hasta que da con los revestimientos, peñascos y murallas. Golpea sin pausa.

En la calle Málaga llegan escorrentías propias de marejada ciclónica. Por momentos los cunetones acumulan de uno a dos pies de agua. Las olas alcanzan los ocho pies de altura. Pegan contra el muro que protege la calle. Súbito surge una ola a contracorriente.

El oleaje levanta cortinas de agua que superan los 15 pies. La mansión a mi izquierda está completamente socavada. Cuando la marejada estuvo aún más enorme, llovieron piedras en la noche. La fuerza del agua creó un jardín pétreo, surrealista. Caótico. Hermoso.

Marejada en calle Málaga. Marcos Pérez Ramírez.

A mi derecha, el mar azota otra mansión. Cuelga un letrero de un permiso de demolición en la entrada. Autoriza a demoler una terraza, una piscina. Pronto no será suficiente. A la casona brutalista le quedan dos o tres marejadas. Puede que no resista otra tormenta.

Continúo mi recorrido por la calle Rampla del Almirante. Allí el mar dicta pauta. El terreno baldío a la derecha al final de la calle parece un cuenco. La corriente corre calle abajo por más de una cuadra, como si extrañara el bosque y las dunas que alguna vez estuvieron allí.

Calle Rampla del Almirante, Ciénaga del Machuchal. Marcos Pérez Ramírez.

Al llegar a la playa el Último Trolley doy cuenta del desenlace de este episodio de marejadas. El desastre es humano. La arena se ha retirado y ha expuesto todo tipo de ruinas. Identifico columnas Art Nouveau, criollizadas, una mosaico Spanish Revival, criollizado. El desastre lleva décadas. Rebasa estilos. La tendencia es el desastre.

Esta calle quiere ser dunas, estos carros el pasado, grita un grafiti en el muro que separa a la playa de la acera.

La que quizás sea la playa más democrática de Puerto Rico, la playa de los residentes de Llorens Torres, desaparece ante nuestros ojos. La estatua del líder del anexionismo da cara. Barbosa perennemente impávido.  Si la calle Park Boulevard/General Patton no cumple su deseo de ser dunas, pronto los marullos darán a los pies del doctor.

Playa Último Trolley, San Juan. Marcos Pérez Ramírez.

Avanzo a Punta Las Marías. Un edificio, decían que harían, en los años 1990. Se opuso la comunidad. Triunfó. Era una locura. Allí está el rastro del desquicio. De nada sirvió el revestimiento. Las jaulas de piedra. Los cientos de pilotes hincados. Aquello es del mar.

Punta Las Marías, Carolina. Marcos Pérez Ramírez.

A mis pies, un sonido, peñones chocan como canicas. La ola va tras el bosque ausente, la playa extinta, la duna hurtada, pero al dar con escombros el rumor es distinto. Persistente. El mar dirá.  

Por Marcos Pérez Ramírez

Periodista y editor fundador